La Vaca:
Hace años, de vacaciones, me contaron esta historia.Yo tenía doce años. En ese momento no significó nada para mí pero con el paso del tiempo cobra cada vez más fuerza en mi cabeza.
Caminaban dos monjes budistas de peregrinación al Ganghes. Viajaban sin nada, viviendo de la caridad de las personas que encontraban. Un día, cuando llevaban doce días de camino, se adentraron en una zona poco poblada en la que, tras dos días sin encontrar alojamiento, divisaron una luz tililando en lo alto de una colina. Estaban exhaustos y temerosos de las alimañas nocturnas, por lo que se aproximaron a la humilde cabaña que se vislumbraba en el horizonte.
Caminaron maestro y discípulo llamando a la puerta con las pocas fuerzas que les quedaban. Tras breves instantes, un humilde campesino les abrió.
¿Puede usted buen hombre acoger a dos humildes caminantes en peregrinación?, preguntó el maestro. El hombre dudó, ya que no tenían nada. La humilde familia con siete hijos había perdido la cosecha y se alimentaban de la escasa leche que una famélica vaca producía.
Pasad, dijo el campesino, compartiremos lo que tenemos.
Pasaron la velada en familia, bebieron la leche entre todos y cuando se disponían a descansar, el campesino comento angustiado:
Venerado maestro, somos pobres. Mi familia morirá si siguen así las cosas. ¿ Qué podemos hacer ? El maestro permaneció en un largo silencio. La vida te dará la respuesta concluyó.
Después se fueron a dormir. Hacia las cuatro de la mañana el alumno noto cómo su maestro le despertaba. ¡Vamonos! ¡Deprisa! ¡En silencio!
Comenzaban a salir de la casa cuando el maestro sacó un cuchillo, se acercó a la esquelética vaca y la degolló de dos certeros mandobles.
Mientras huían, protegidos por la oscuridad de la noche, el alumno increpó a su maestro. ¿Cómo has podido hacer esto? ¿Así agradeces la hospitalidad de esta familia? El maestro respondió. Es mi forma de agradecerles su acogida, con el tiempo lo entenderás.
Pasaron dos años y el discípulo olvidó el suceso; pero quiso la casualidad que él y su maestro volvieran a transitar el camino. Empezó entonces a recordar el paisaje, pero no lograba vislumbrar la cabaña. Cuando una mezcla de incertidumbre con miedo empezaba a apoderarse de él, apareció ante sus ojos una gran mansión rodeada de prados vedes y ganado. Seguía sin comprender...
Se aproximaron a la puerta y un criado les abrió. Anunciaron su visita y al instante el discípulo contempló al campesino y su familia ricamente vestidos que se aproximaban al maestro dando gritos de alegría y agradecimiento.
¡Maestro! Te hemos buscado en estos años para agradecer tu enorme favor. Cuando te fuiste y descubrimos a nuestra vaca muerta, removimos cielo y tierra para matarte. Pasamos hambre, pero al cabo de una semanas decidimos que algo teníamos que hacer. Con la carne de la vaca compramos semillas nuevas. Plantamos cereal y con las cosechas hemos ido invirtiendo hasta conseguir este enorme bienestar.
¡Estábamos ciegos! ¡Aquella vaca que nos alimentaba era la que también nos ataba a la miseria! ¡Tuviste que llegar tú para tener el coraje de matar a nuestra vaca! Sin ti, hoy estaríamos muertos.
El maestro, parco en palabras como siempre, miró a su discípulo y le dijo: ¿entiendes ahora?
Siempre que recuerdo esta historia pienso en las vacas que todos tenemos. Aquellas que no nos atrevemos a matar porque nos atan a una realidad que no nos gusta pero a la que no queremos renunciar.
¿ Cuál es tu vaca?
Rodrigo G.
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