jueves, 28 de febrero de 2013

Música

Música:


 Los hombres prehistóricos inventaron cosas que hacían su existencia más cómoda y les ayudaban a sobrevivir: la ropa, el fuego, las armas… y la música. Ya por aquel entonces descubrieron que una serie de sonidos colocados armónicamente podía trastornarles completamente.

Y cultivaron ese conocimiento. No se conoce civilización alguna que no hiciera música. Es una necesidad básica del hombre, un vehículo para expresar todas sus emociones, incluso aquellas que las palabras no pueden transmitir.

Por desgracia, la capacidad de crear música no está al alcance de cualquiera, al menos de crear música bella. Tal vez sea por falta de conocimientos, o por falta de expresividad. En algunos casos es posible que por falta de sentimientos. Pero puede ser apreciada por cualquiera. Y cuando la música lleva un sentimiento, y tú lo aprecias, creas una conexión con ese alguien, ese compositor, o ese artista, porque sabes cómo se siente, y le entiendes. A lo mejor esa canción, o ese artista no es considerado bueno, pero para ti lo es, porque ha conseguido transmitirte sus sentimientos.

Sin embargo, en la actualidad la música no busca transmitir sentimientos, ni ideas. Solo busca recaudar dinero a base de producir una serie de emociones en la persona que escucha. La música se ha convertido en una especie de droga barata e inocua producida por empresarios. Nadie sabe qué sienten Steve Aoki o David Guetta, pero todos sentimos la emoción en la voz de Kurt Cobain, en la guitarra de Jimmy Page, en la armónica de Stevie Wonder, en los pies de Michael Jackson, en las sinfonías de Beethoven, en el Réquiem de Mozart, y en tantas e infinitas otras.

Eso es música. Pero a veces, otras emociones distintas de las del artista se cuelan en la canción, cambiando totalmente la percepción de esas notas. De pronto ese redoble de batería cambia. Ya no parece lo mismo. A mí me ocurrió hace un tiempo. Una buena amiga me enseñó una canción, que odié desde el primer momento. Pero por diversas circunstancias la volví a oír mucho después. Y  era distinta. Había cambiado. Lo que en principio me parecía horrible ahora me recordaba a todas las bromas, a todas las risas y a todo lo que habíamos compartido, totalmente al margen del significado de la canción. El tema se titula “A little piece of heaven”, de Avenged Sevenfold. No es una canción muy recomendable, pero si alguien tiene ganas de pasar una noche de pesadillas, es perfecta.


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