Esta entrada va dedicada a esa gente que nos acompaña diariamente y son para nosotros unos completos desconocidos. Por ejemplo, toda esa gente que ves en el autobús de línea, especialmente la señora del abrigo pardo que no deja de hablar por teléfono, se te harían eternos los viajes con ella al lado si no fuera por esa voz tan dulce que tiene. Y cómo no a ese grupo de niñas que sabes perfectamente a qué colegio van y qué estudian, por el uniforme que llevan y los libros de texto que tienen. Incluso conoces sus nombres por la manera tan agresiva que tienen de despedirse, chillando: ¡hasta mañana María!, ¡suerte hoy con Biología Paloma!, etc.
Cómo olvidarnos del jardinero de nuestra urbanización, con ese aire tan bohemio y ese cigarro que lleva constantemente entre los labios. También esa niña rubia de ojos verdes tan mona que ves asomada a la ventana cuando vas a tirar la basura (la cual es el motivo de que te ofrezcas tanto para realizar ese encargo en casa, y ni siquiera la conoces...) O ese cariño que hemos cogido al desconocido que pide limosna en el mismo local desde que tenemos uso de razón, sin conocerle de nada vacías tus bolsillos sólo por ver lo feliz que le hacen esos gestos.
Que malo es acostumbrarse, seguro que algún día echaremos en falta a alguna de estas personas. Nos arrepentiremos de no haberles regalado nuestros más sinceros y mejores buenos días o buenas tardes. Que bueno es saludar a todas las personas que veamos, incluso a la portera de tu casa que tan seria la ves por las mañanas, porque a veces puedes cambiar el día a una persona con sólo una sonrisa.
Rafael I.
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